Mantener la calma cuando algo muy nuestro está en juego es imposible. Porque, por muy racional que sea una persona, su parte emocional, la instintiva, también tiene peso a la hora de tomar una decisión. En cualquier circunstancia y ámbito de la vida. También, claro, en la economía. Y es de eso de lo que tratan las finanzas conductuales: cómo funciona el cerebro al invertir en la toma de decisiones.
Qué son finanzas conductuales
Empecemos por el principio. Las finanzas conductuales son una rama de los estudios económicos y en ella se mezclan conocimientos de psicología, economía y neuroeconomía. En esencia, se analizan los comportamientos de los inversores en los mercados financieros; cómo reaccionan sus cerebros a la hora de decidir dónde, cuándo, en qué y cómo invertir.
Conocidas también por su nombre en inglés, Behavorial Finance, es un campo relativamente nuevo (aunque viene de antes, formalmente se gestó durante los años setenta del siglo XX), pero no por reciente es de base insustancial. De hecho, uno de sus padres, el psicólogo Daniel Kahneman, logró en 2002 el Premio Nobel de Economía, precisamente, por sus teorías sobre la toma de decisiones financieras.
Según sus estudios, las personas, en general, huimos de los peligros. De ahí que las determinaciones que tomamos en el ámbito económico varíen en función del riesgo de inversión. Dicho de otro modo, intentamos evitar pérdidas y asegurar ganancias.
Esto condiciona negativamente la rentabilidad de nuestras acciones, sobre todo en momentos de incertidumbre. Porque no siempre reaccionamos de forma racional. Decidimos de forma sesgada, con lo que se aumenta la probabilidad de cometer errores, los cuales nos pueden conducir tanto a perder como a dejar de ganar.
Porque, según palabras del propio Kahneman, “el desafío más grande es lidiar con las emociones y mantener la calma en situaciones estresantes”.
Tipos de sesgos en las finanzas conductuales
Pero las finanzas conductuales, en general, van más allá de un miedo concreto. De hecho, esta teoría se basa, sobre todo, en los sesgos, que pueden ser emocionales y cognitivos. Instintivos y racionales. Y pueden estar relacionados entre sí porque pueden converger tres elementos: el exceso de confianza, la simplificación heurística y los sentimientos.
Tal y como recopilan Natividad Blasco, catedrática de Economía Financiera y Contabilidad, y Sandra Ferreruela, doctora del Departamento de Contabilidad y Finanzas, en su estudio Behavioral Finance: ¿por qué los inversores se comportan como lo hacen y no como deberían?, estos serían, explicados de forma muy resumida, los sesgos emocionales:
- Exceso de confianza: sobreestimar nuestras propias habilidades. Tras una inversión acertada, infravalorar riesgos.
- Autocontrol: pensar más en el hoy que en el ahorro de mañana. No contemplar objetivos a largo plazo. Por ejemplo, centrarse en ganancias cercanas en lugar de ahorrar para la jubilación.
- Statu quo: mantenerse en una zona de confort, sin contemplar el cambio. Más que por miedo, por comodidad. No hacer nada a nivel financiero.
- Dotación: lo que tenemos ya está bien. Seguir con las inversiones actuales, aunque no se ajusten a nuestros perfiles de riesgo.
- Aversión al remordimiento: tener miedo al error. Actuar de forma muy conservadora con las inversiones. En general, nos lleva a ganar menos porque no queremos correr ningún riesgo.
- Afinidad: tomar decisiones en función de los activos. Porque ya los conocemos, su nombre nos suena o son del país, por ejemplo.
Y estos son los sesgos cognitivos:
- Disonancia cognitiva: no actuar de forma racional ante una decisión. Por ejemplo, mantener una inversión en determinado activo, aunque rinda menos, por no reconocer un error.
- Confirmación: relacionado con el punto anterior, mantener las inversiones tras valorar solo la información positiva (incluso cuando no está contrastada) acerca de un activo, obviando la negativa.
- Representatividad: dejarse llevar por los estereotipos de una compañía. Por ejemplo, confundir que una empresa use buenos materiales con que sea, realmente, una buena inversión.
- Conservadurismo: mantener las creencias previas, sin tener en cuenta las novedades que puedan haberse producido. Es decir, no hacer caso de nuevas tendencias dentro de la evolución de una empresa y que igual son negativas.
“Daniel Kahneman: ‘El desafío más grande es lidiar con las emociones y mantener la calma en situaciones estresantes’”
- Ilusión del control: considerar que se pueden controlar los resultados de los mercados financieros, lo que suele llevar a asumir riesgos superiores a los adecuados. Centrar las inversiones en una única compañía que se cree conocer.
- Retrospectiva: tendencia a invertir recordando acciones pasadas, elegidas de forma selectiva (únicamente las correctas). Puede llevar a un exceso de confianza.
- Anclaje y ajuste: no hacer cambios. Mantenerse anclado en una posición basada en informaciones pasadas, sin actualizarlas. Seguir invirtiendo en una empresa que cotiza menos que antes.
- Contabilidad mental: en lugar de tratar las inversiones en bloque y velar por la rentabilidad total, se tratan de forma independiente, en función de su origen.
- Encuadre: medir pérdidas y ganancias de forma diferente, según se vayan presentado, lo que lleva a no tener un control real del riesgo.
- Auto-atribución: vincular las ganancias a las habilidades y las pérdidas a la (mala) suerte u otros factores externos e incontrolables.
- Historia reciente: hacer predicciones en función del pasado más reciente, basado posiblemente en la propia experiencia. Elegir ciertos fondos porque tuvieron determinadas ganancias con anterioridad.
Así, el exceso de confianza, un sesgo emocional, puede estar relacionado con la ilusión de control, el conservadurismo, la confirmación, la representatividad, la auto-atribución, la disonancia cognitiva o la retrospectiva, todos ellos sesgos cognitivos. O la aversión al remordimiento, con el anclaje, por ejemplo.
La importancia de un asesor financiero en las finanzas conductuales
¿Esto nos puede suceder a todos? A los no profesionales de las finanzas, sí. Porque estamos hablando de algo muy importante: nuestros ahorros. Y queremos sacarles el máximo provecho, pero también tememos perderlos.
De ahí que, cuando se va a invertir, sea de capital importancia recurrir a manos profesionales, a asesores financieros, como los Family Bankers de Banco Mediolanum. Porque conocen bien a sus clientes, sus necesidades y, también, sus sesgos (incluso aquellos que ni ellos mismos saben que tienen). Y les ayudan a tomar las mejores decisiones. De manera eficiente.
Para tener una buena planificación financiera. Para que sus ahorros dispongan de un buen presente y el mejor de los futuros posible. Porque, como expertos que son, y volviendo a Kahneman, “aunque no puedan evitar experimentar emociones, sí pueden controlar las reacciones sobre ellas”.