Como es sabido, la economía, a diferencia de las ciencias naturales, no se puede aislar de su objeto de estudio. No se puede meter a la sociedad en un laboratorio para analizar sus decisiones económicas (elecciones de consumo e inversión, etc.) y, por lo tanto, sus aproximaciones han ido avanzando a base de observación, a prueba de ensayo y error.
Durante más de dos siglos, la economía y las finanzas clásicas han tratado al consumidor y al inversor como seres perfectamente racionales que toman decisiones óptimas en diferentes situaciones con el objetivo de maximizar su utilidad o beneficios.
Sin embargo, el creciente conocimiento del comportamiento humano, unido a la interacción de la economía con otras ciencias como la psicología o la sociología, han permitido avanzar en una modelización más realista de esas decisiones.
En concreto, el nacimiento de la economía del comportamiento y las finanzas conductuales, con la irrupción inicial de la Teoría de la Prospectiva de Kahneman y Tversky en la segunda mitad del siglo XX, ha supuesto un salto de calidad. Ambos llegaron a desafiar la tesis asumida hasta entonces de que los individuos nos comportamos como seres totalmente racionales.
¿Alguna vez has sido reacio a vender tus acciones con pérdidas a pesar de que todos los datos aconsejaban deshacerse de ellas cuanto antes?
Kahneman y Tversky pusieron el foco en decenas de situaciones en las que los consumidores y los inversores no nos comportamos como seres racionales y plantaron la semilla de una rama de conocimiento económico que no ha dejado de crecer desde entonces.
El peso creciente de la economía del comportamiento: de Kahneman y Tversky a Richard Thaler
Kahneman y Tversky subrayaron las contradicciones de los supuestos asumidos por el análisis económico y pusieron en evidencia la simpleza de asunciones tales como las preferencias racionales.
Entre otras realidades, probaron la veracidad de refranes que hemos escuchado toda la vida. Cuando nos disponemos a valorar alternativas en situaciones de incertidumbre, no las sopesamos todas por igual: “Más vale pájaro en mano que ciento volando”, es decir, en caso de ganancias preferimos una ganancia cierta que otra menor pero hipotética.
En materia de pérdidas ocurre lo contrario: “De perdidos al río”, es decir, no nos importa arriesgarnos a sufrir grandes pérdidas si con ello evitamos una pérdida menor pero cierta. Es decir, en relación con las ganancias somos aversos al riesgo, pero en las pérdidas somos amantes de él.
Kahneman y Tversky –galardonados con el Nobel de Economía en 2002 por sus aportaciones– explican realidades de la conducta humana como el sesgo de negatividad o aversión a la pérdida, así como numerosos fenómenos habituales en finanzas que debemos tener en cuenta a la hora de invertir.
Estos autores identificaron errores que tienden a cometerse en condiciones de incertidumbre. Un ejemplo: debido al efecto disponibilidad, tendemos a conceder mayor probabilidad a aquellos hechos o sucesos de los que tenemos conocimiento inmediato por una experiencia personal o la de un contacto cercano. Es decir, podemos pensar que un robo en la calle es más probable de lo que es si lo ha sufrido alguien de nuestro entorno.
Otro ejemplo: por el efecto encuadre, estimamos las cantidades numéricas influidas por ciertos valores de referencia. La aplicación de este sesgo cognitivo la vemos cada día en los precios de 9,99 € del supermercado.
Desde que Kahneman y Tversky abrieron la veda, han sido numerosos los economistas que han dedicado sus carreras al estudio de la conducta humana y su impacto en las decisiones económico-financieras.
Entre ellos, Robert Shiller ganó el Premio Nobel de Economía en 2013 por llamar la atención sobre la exuberancia irracional de los mercados financieros. Construyó un cuerpo analítico sobre las decisiones no racionales de los inversores –cuyos movimientos están más motivados por las emociones que por los fundamentos del mercado– y su trabajo fue clave para el análisis de la burbuja inmobiliaria y financiera de 2008.
En 2017, la Academia sueca se acordó de nuevo de la economía del comportamiento y las finanzas conductuales al reconocer el trabajo de Richard Thaler, que, entre otras aportaciones, llamó la atención sobre la eficacia de realizar empujones paternalistas para luchar contra ciertas inercias en el comportamiento.
Así, para tener una buena jubilación es fundamental desarrollar un plan de ahorro serio y decidido, pero en muchas ocasiones esto no se cumple. Por eso, un empujoncito legal, como puede ser obligar a las empresas a ofrecer a los empleados un plan de ahorro privado, puede marcar la diferencia.
Sesgos y errores cognitivos habituales del inversor
Invertir es siempre un ejercicio racional de largo plazo y, por lo tanto, todos los sesgos cognitivos que estudia la economía del comportamiento juegan en nuestra contra.
Por eso, además de contar con un buen asesor financiero y tener presentes la diversificación y un horizonte temporal amplio, es interesante que conozcas las principales tendencias conductuales que pueden jugarte una mala pasada como inversor.
Efecto dotación
No somos indiferentes a la hora de comprar o vender. La realidad es que la valoración de un mismo objeto o activo es mayor cuando lo poseemos que cuando nos disponemos a comprarlo. Nuestra disposición a vender es menor que la que mostramos al comprar y, por eso, el vendedor busca una compensación con valores y precios más altos.
Sesgo del presente
Siempre valoramos más el presente que el futuro. Así, si nos ofrecen 1.000 euros hoy o 1.500 euros en 6 meses, es posible que en un primer momento la mayoría elijamos la primera opción, a pesar de que la segunda es más beneficiosa.
Sesgo de negatividad o aversión a la pérdida
Nos pesan más las pérdidas que las ganancias de la misma envergadura. Así, si comparamos lo que sentimos en una situación en la que perdemos 100 euros y otra situación en la que ganamos esa misma cantidad, la sensación de pérdida pesará más que la satisfacción. Nos entristece más la pérdida de lo que nos alegra la ganancia. Y, como decíamos más arriba, somos capaces de arriesgarnos a sufrir grandes pérdidas si con ello podemos evitar una pérdida más pequeña pero segura.
Fiebre irracional y exceso de confianza
Los movimientos se multiplican en los mercados y las burbujas bursátiles son cada vez más frecuentes. De manera irracional, nos unimos a la apuesta considerada ganadora, conducidos exclusivamente por la euforia del mercado. Cuidado con estos comportamientos porque luego viene el pinchazo y la caída puede ser muy dura.
Lo más recomendable es establecer un plan de inversión a medio y largo plazo con un asesor de confianza y con aportaciones periódicas y maduradas de acuerdo a los valores fundamentales del mercado.
Falta de autocontrol y empujones
Todos tenemos dos sistemas para tomar decisiones:
- Sistema I: la intuición
- Sistema II: la razón
Habitualmente se activa el sistema I, de manera que para activar el II, que es el que nos interesa utilizar como inversores, necesitamos ciertos incentivos.
Es lo que Thaler denomina nudges o empujoncitos, como establecer un plan de ahorro por defecto en la nómina de los empleados (al cual el trabajador puede renunciar si lo solicita). Te sorprendería el bajo porcentaje de gente que toma la decisión activa de renunciar a ello. Y esta es una implicación de política económica que tiene un enorme impacto en el bienestar de los pensionistas y en la descarga del sistema público de pensiones.
Por eso es tan importante la aportación de los profesionales de las finanzas que nos ayuden a planificar, tener una visión global y automatizar nuestras inversiones. Serán los encargados de darnos esos ‘empujones’ que eviten que las emociones nos desvíen del camino hacia nuestros objetivos.