El comportamiento de los inversores, a menudo, tiende a desviarse de todo tipo de lógica cuando se expone a los mercados financieros. Como dijo el padre del value investing, Benjamin Graham: “El principal problema del inversor, incluso su peor enemigo, es probable que sea él mismo».

Y es que los sesgos pueden jugarle una mala pasada al inversor que puede traducirse en pérdidas. La volatilidad propia de los mercados financieros genera un sinfín de emociones que afectan al inversor y son difíciles de gestionar en la rutina diaria. Todo ello provoca comportamientos conservadores que pueden hacer que se desaprovechen oportunidades ante los vaivenes bursátiles que son posibles en el corto plazo.

Si pensamos en una visión a largo plazo, lo lógico sería tratar de identificar todo recorte de las cotizaciones para incrementar las posiciones de una cartera y así aprovechar la fuerza del interés compuesto a través de los años para generar un efecto catalizador sobre el patrimonio del inversor.

Pero la lógica no es un imperativo en el mundo de la inversión y el inversor tiende a comportarse erráticamente.

El fondo Magellan de Peter Lynch

Para ejemplificarlo tenemos un caso muy curioso que refleja el comportamiento irracional del inversor y es el que se mostró en el fondo de Magellan de Fidelity, liderado por Peter Lynch durante un periodo de 13 años (desde 1977 hasta 1990). Durante estos años, la rentabilidad media anual del fondo gestionado fue del 29,1%. En contraste, la bolsa estadounidense rindió un 15,5% anualizado, gracias a un enfoque de gestión de value investing.

Cuando Lynch se convirtió en el gestor de Magellan, el fondo tenía un patrimonio de 20 millones de dólares en activos. Bajo su mandato, se convirtió en el mayor fondo de inversión de Estados Unidos con 13.000 millones de dólares en activos.

“Lynch logró en 13 años el mayor fondo de EEUU con 13.000 millones de dólares y una rentabilidad media anual del 29%”

Para hacernos una idea de lo que realmente representan estas cifras, si hubiéramos sido partícipes del fondo de Lynch y hubiéramos invertido inicialmente 10.000 euros, tras su periodo de gestión, nuestra cartera estaría valorada en 280.000 euros. En contraste, si en ese mismo intervalo de tiempo hubiéramos sido propietarios de una cartera valorada en 10.000 euros que siguiera el índice bursátil, habríamos alcanzado un patrimonio de 67.000 euros.

Como vemos, la diferencia entre ambas cifras es abismal. Pero lo más sorprendente de todo es que, según ha reflejado Fidelity, el inversor medio no consiguió, ni de cerca, esa rentabilidad, sino que más bien obtuvo pérdidas… Sí, ¡pérdidas!

¿Cómo puede ser que un producto que esté ofreciendo una rentabilidad anual cercana al 30% genere mermas patrimoniales en el inversor?

La explicación es muy sencilla… Los inversores suscribían participaciones de fondo en el momento en que las rentabilidades pasadas habían sido especialmente elevadas, pero, debido a que el producto de inversión era muy volátil, los recortes del valor liquidativo también eran agresivos. En ese momento, el inversor medio, atemorizado por las caídas que se traducían en pérdidas latentes, decidía salirse y materializar esas pérdidas latentes hasta convertirlas en pérdidas reales.

Cuando los inversores veían que el fondo se precipitaba, decidían “abandonar el barco” ante la expectativa de aumentar aún más pérdidas en un futuro inmediato con respecto a las que ya ha habían sufrido. En ese momento, de nada servía al inversor la calidad histórica de la gestión de Lynch.

Para entenderlo, en la siguiente imagen se muestra la evolución del valor liquidativo del fondo de inversión en unos años clave. Como vemos, el fondo experimentó grandes subidas en muy poco tiempo que fueron todo un reclamo para que los inversores que habían observado las rentabilidades pasadas del fondo suscribieran participaciones en momentos en los que las cotizaciones estaban elevadas.

Entre 1983 y principios de 1984, los inversores soportaron unas caídas acumuladas del 26,7%, que hicieron replantear a muchos su posición como partícipes del fondo porque habían visto subidas de más del 100% especialmente rápidas (tan solo 10 meses). Sus expectativas de altas rentabilidades no se cumplían y decidían reembolsar sus participaciones con pérdidas.

Y desde los mínimos de 1984, el fondo sumó altas rentabilidades hasta marzo de 1986, con casi un acumulado cercano al 110%. Con este histórico, se repetía el mismo esquema anterior: altas rentabilidades que seducían al inversor, pero, seguidamente, motivadas por el flash crash de octubre de 1987, las pérdidas latentes del fondo alcanzaron hasta el 39% desde máximos. Y a pesar de que el fondo había recuperado, al cabo de poco más de un año, sus niveles previos, muchos inversores ya se habían quedado fuera.

“El inversor medio obtuvo pérdidas porque decidió “abandonar el barco” y salir del fondo atemorizado por las caídas”

Vemos pues que el mejor producto de inversión de la historia con una gestión excelente ocasionó pérdidas a los inversores. Aquí vemos realmente lo perjudiciales que pueden ser los sesgos propios del inversor motivados por el cortoplacismo de altas rentabilidades pasadas y el nerviosismo, que producen las pérdidas, incitan a la liquidación y llevan a vender en el peor momento posible.

Por todo ello, el inversor debe ver como necesario el diseño de un plan de inversión de acuerdo con su propio perfil que le permita afianzarse a largo plazo e impida que se altere por las oscilaciones más inmediatas del mercado. Un plan de inversión ajustado a nuestras necesidades como el que ofrecen los Family Bankers, los asesores profesionales de Banco Mediolanum.

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