La felicidad nuevo indicador de la riqueza de un paísEl progreso de un país se ha regido habitualmente por factores económicos. Ahora hay quien empieza a valorarlo por el bienestar de su gente.

Se podría decir que el Producto Interior Bruto (PIB) es el valor del conjunto de los bienes y servicios producidos en un país durante un espacio de tiempo. En este sentido, todos los elementos que conforman la definición son económicos. Según salgan los números, hablaremos de crecimiento o decrecimiento del PIB. Este indicador -medido, generalmente, a lo largo de un año- hace saltar las alarmas o dispara los ánimos de cada territorio y ocupa grandes titulares que pronostican un futuro más o menos duro para la población.

“Cada vez hay más países que han elaborado estadísticas teniendo en cuenta la felicidad de sus ciudadanos y no los datos macroeconómicos”

Pero ¿está unido el PIB a la dicha de los habitantes? El creador del término, Simon Kuznets, dijo allá por los años 30 del siglo pasado que resultaba muy difícil deducir el grado de bienestar de una nación a partir de su renta nacional.  Por eso, cada vez hay más países que han empezado a elaborar estadísticas teniendo en cuenta la felicidad de sus ciudadanos y no los datos macroeconómicos. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, por ejemplo, elaboró el Índice de Desarrollo Humano basándose en tres parámetros fundamentales. Uno es la esperanza de vida; otro, el nivel de educación y, por último, el grado de pobreza (en dólares). Los resultados de este registro colocan a los países occidentales en la cabeza de la lista. En 2013, España ocupaba el vigésimo séptimo puesto, por detrás de Noruega, Australia, Estados Unidos o los Países Bajos y otros tantos más, según el orden del ranking.

Los resultados, en cualquier caso, no dejan de tener en cuenta aspectos externos, que no indagan en el fondo de las personas: en sus sentimientos y sus emociones. Este tipo de escalas ha ido adquiriendo una dimensión más humana gracias a estudios que se desmarcaban de las cuestiones más clásicas para centrarse en interrogantes más experienciales. La consultora Win/Gallup International, por ejemplo, preguntó en 2014 a 64.000 personas de 65 países si se consideraban felices, infelices o ni una cosa ni la otra. Los resultados situaron en porcentajes de satisfacción con la vida a las Islas Fiyi, Colombia, Nigeria, Arabia Saudí y Filipinas como los cinco primeros países del mundo en cuanto a la felicidad de la gente. También colocó a África y Asia como las regiones más felices, en comparación con una Europa que aparece en el extremo opuesto (España estaba ligeramente por encima de la media europea, con un 45% de personas que decía ser feliz).

“Cada vez hay más países que han elaborado estadísticas teniendo en cuenta la felicidad de sus ciudadanos y no los datos macroeconómicos”

Pero para buscar el origen de esta preocupación por la felicidad de la gente hay que viajar hasta Bután. Allí, Jigme Singye Wangchuck, su monarca de 1974 a 2006, no solo llevó la democracia a este pequeño rincón del Himalaya de 800.000 habitantes, sino que también creó el indicador de Felicidad Nacional Bruta (FIB). Este se calcula a partir de nueve variables: bienestar psicológico, uso del tiempo, vitalidad de la comunidad, cultura, salud, educación, diversidad ambiental, nivel de vida y gestión del gobierno.

Tres décadas después, con una red educativa en inglés que llega a casi todos los rincones del país y una preocupación mantenida por su pueblo, una consulta desveló que un 45% de los butaneses se declaraba ”muy feliz”, un 52% admitía ser “feliz” y apenas un 3% se denominaba “infeliz”. En 2007, además, fue la segunda economía que más rápido creció del mundo (aunque con un PIB per cápita de 5.312 dólares en 2008, seis veces menor que el español). Aún no existe una relación directa entre las sonrisas de la gente y el crecimiento del PIB, pero sí se puede intuir que la felicidad es un nuevo indicador a tener en cuenta en la riqueza de un país.

 

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