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Uno de los grandes problemas en el momento de invertir no es tanto en qué invertir sino quién lo hace ¡Y ese eres tú! Y es que el inversor posee una psicología determinada, con una mayor o menor aversión al riesgo, determinados sesgos y, también, diferentes niveles de sugestión que le hacen propenso a ser influenciable. De esto último queremos hablarte. ¿Por qué nos resulta difícil abstraernos para tomar decisiones de inversión? ¡Descúbrelo!

Inversión vs emociones

El ser humano es altamente sugestionable y, en consecuencia, está muy condicionado por su entorno. Y más cuando se trata de tomar decisiones ligadas a sus propias finanzas. En la larga historia de la inversión hemos visto estados de locura colectiva en forma de euforia. En 1635, en Holanda, ¡se llegó a intercambiar una casa por un bulbo de tulipán! También hemos visto cómo, en la burbuja tecnológica de las punto.com, un valor como Cisco Systems llegó a cotizar con una relación precio-beneficio de 199 veces. Es decir, si se mantenían estables los beneficios, el inversor debía esperar 199 años para recuperar la inversión.

Este tipo de decisiones individuales no se producirían sin una vulnerabilidad intrínseca del ser humano ante la presión del grupo. Pensemos que, en los ejemplos expuestos, muchos pequeños inversores estaban viendo previamente cómo su entorno más cercano se estaba enriqueciendo rápidamente y que, si no imitaban sus decisiones de inversión, iban a perder la oportunidad de su vida.

Solomon Asch y sus estudios sobre la sugestión

Uno de los autores que más ha investigado la capacidad del ser humano para ser sugestionado por el grupo fue el psicólogo Solomon Asch, que realizó varios experimentos sobre el tema en el año 1951. El objetivo era investigar la conformidad del individuo en una situación grupal y examinar si lo influiría la presión del público a la hora de aceptar una respuesta incorrecta.

En el experimento en cuestión, ocho sujetos se sentaban alrededor de una mesa, con el plan de asientos cuidadosamente preparado para evitar cualquier sospecha. Sin embargo, solo uno de los participantes era en realidad un sujeto genuino para el experimento. El resto de ellos estaban previamente instruidos para ofrecer algunas respuestas con el objetivo de crear cierta presión de grupo sobre el sujeto de la prueba. Por otra parte, para contrastar la capacidad de presión del grupo sobre un sujeto, la misma prueba se llevaba a cabo con un único individuo, de manera que se conseguían aislar las decisiones individuales de aquellas que se tomaban en un entorno colectivo.

El experimento psicológico era muy simple. Se mostraban dos tarjetas. Una contenía una línea de una determinada longitud y la otra mostraba tres líneas de longitudes variables. Entonces, el examinador preguntaba a los participantes cuál de las tres líneas de la tarjeta era igual a la línea de referencia de la primera tarjeta.

tarjetas test Asch

Inicialmente, los participantes daban una variedad de respuestas, al principio correctas, para evitar levantar sospechas en el tema. Pero luego se añadieron algunas respuestas incorrectas de manera unánime. Esto permitía a Asch observar cómo las respuestas del sujeto se alteraban por la influencia adicional de la presión de los compañeros.

Las conclusiones de este experimento fueron interesantes. En la prueba individual se obtuvieron las respuestas correctas. De hecho, solo hubo una respuesta incorrecta de 35, la cual, muy probablemente, podría atribuirse a un mero error humano.

Los análisis del experimento de Asch mostraron que el número de voces disidentes tenían una gran importancia sobre las decisiones del sujeto genuino. Si, por ejemplo, solo un individuo del grupo daba la respuesta incorrecta, esto no ejercía demasiada influencia sobre la decisión del sujeto. No obstante, la influencia se incrementaba cuando dos o tres personas no estaban de acuerdo.

En el transcurso de doce ensayos, el 75% de los participantes verdaderos se conformaron con la mayoría incorrecta al menos una vez. En promedio, hubo una tasa de conformidad del 32% a la hora de aceptar la respuesta errónea del grupo. Sorprendente, ¿verdad?

Es imposible no dejarse llevar por las emociones

¿Qué podemos aprender de este experimento en el momento de invertir? Dos importantes conclusiones:

  1. Hay que aceptar que cada uno de nosotros somos potencialmente sugestionables en nuestras decisiones de inversión, según el comportamiento de nuestro entorno. Constantemente se nos bombardea con noticias financieras que condicionan nuestros parámetros emocionales y nos influencian a la hora de decidir.
  2. Pensamos y elegimos mejor cuando somos capaces de abstraernos de las decisiones del grupo, de todo ese ruido que nos condiciona. Si somos inversores a largo plazo con un horizonte temporal determinado y una cartera ajustada a nuestro perfil de riesgo, toda decisión de inversión que adoptemos y que pueda implicar un cambio en el modo de invertir debe estar ajustada a nuestros parámetros personales y no bajo la influencia externa del grupo.

Ahora que conoces mejor cómo funciona tu mente, ¿a qué esperas para contar con el apoyo de un asesor financiero que te ayude a tomar las mejores decisiones?

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