Desde hace unas semanas, millones de personas de cientos de países viven con pasión uno de los acontecimientos deportivos más importantes y con mayor difusión, el Campeonato Mundial de Fútbol, que este año se celebra en Brasil.
Este Mundial es, sin lugar a dudas, el más polémico de los últimos años por las continuas protestas sociales, que han revelado aspectos económicos en primera línea al considerar como un “despilfarro” las inversiones realizadas para este evento frente al gasto en aspectos importantes para la sociedad como la investigación, la educación o la sanidad.
Lo cierto es que a Brasil le ha costado mucho organizar su Mundial y, a pesar de ello, la imagen de obras inacabadas ha sido perjudicial para el país. Según la Universidad de São Paulo, el coste de este campeonato ha superado los 18.000 millones de dólares, de los cuales unos 14.000 millones los pagarán los brasileños, con pocas posibilidades de retorno directo si nos atenemos a lo sucedido en la anterior cita mundialista, la más modesta de Sudáfrica 2010, en la que se generaron unos ingresos de 3.000 millones de dólares para la FIFA y unos 3.000 millones de pérdidas para Sudáfrica.
¿Qué dinero mueven los eventos deportivos?
Si analizamos lo sucedido históricamente con los eventos deportivos como los Mundiales y los Juegos Olímpicos, el impacto ha sido moderado y las pérdidas generalmente han sido superiores a los beneficios directos. Uno de los casos más célebres es el de los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976. La ciudad contrajo una deuda de 2.800 millones de dólares de la época (más de 10.000 millones si los actualizamos al valor de este año) que tardó 30 años en pagar. Más recientemente, un estudio de los profesores Swantje Allmers y Wolfgang Maennig, de la Universidad de Hamburgo, destacó que los Mundiales de Francia 1998 y Alemania 2006 no tuvieron un “impacto positivo en turismo, empleos o ingresos”, o como en el Mundial de Sudáfrica apenas se alcanzó la cifra de 90.000 visitantes extranjeros sobre una estimación inicial mínima de 320.000.
Otro punto importante es la inversión en infraestructuras, que al finalizar el evento se infrautilizarán y, por tanto, no se amortizarán, como también ocurrió en Sudáfrica. Alejándonos en el tiempo pero acercándonos en lo geográfico, en los Mundiales de España 82 se crearon infraestructuras que no tardaron en amortizarse, como la ampliación del Aeropuerto de Barajas o la construcción de la torre de comunicaciones de Torrespaña, mientras que el aumento del aforo de algunos estadios como el de Zorrilla en Valladolid o el de Balaídos en Vigo nunca fue rentable.
El caso del Mundial de Brasil 2014
En Brasil, en teoría, el punto de arranque es más positivo. Es un país netamente turístico y con una amplia tradición futbolística que permitiría sobre el papel amortizar mejor y más rápidamente las infraestructuras deportivas. Se prevé que hasta 600.000 turistas visiten Brasil entre junio y julio para asistir a la máxima cita del fútbol en el mundo y, por ello, el punto de arranque para la recuperación de la inversión parece más sencillo.
Pero no todos los aspectos son positivos, y una celebración como esta genera también decrecimiento económico. Para la agencia Moody’s, la economía brasileña tendrá que soportar días laborales perdidos y una reducción en la actividad económica durante el torneo. Moody’s también considera que el impacto económico del turismo será «pequeño, considerando la duración limitada del Mundial”. En esos días se reducirán las compras minoristas de bienes y consumo, e incluso disminuirá la actividad manufacturera y de las explotaciones primarias de agricultura y ganadería, fundamentalmente por un mayor absentismo laboral.
Para Moody’s, los efectos a largo plazo del torneo probablemente se limiten a cambios sobre cómo es percibido el país, en lugar de un impulso inmediato a las ganancias de las empresas. Si el torneo se cierra sin inconvenientes se podría elevar la confianza en el país y en su Gobierno, pero si sucede lo contrario el riesgo será enorme. De hecho, la imagen exterior del país es muy distinta de cuando fue elegido como sede del Mundial en el año 2007 y su PIB crecía por encima del 6%.
En definitiva, la rentabilidad de un evento deportivo de este calibre está ligada a muchos aspectos, pero los fundamentales están en las enormes inversiones, teniendo más puntos a favor quien deba hacer un menor esfuerzo económico y tenga más facilidades para amortizar las infraestructuras que se creen. Igualmente, el retorno es más sencillo si el país está más volcado hacia el exterior en sectores como la exportación de productos elaborados o el turismo. Con estas premisas, los Mundiales de Rusia 2018 y de Qatar 2022 parecen estar abocados a ser ruinosos económicamente para el país organizador.
Antonio Gallardo, analista de iAhorro.com