Aunque hay experiencias similares, la primera bolsa, en el sentido moderno del término, empezó a funcionar en la ciudad de Ámsterdam en el año 1602. Casi cinco siglos antes, en 1141, el rey de Francia regulaba el mercado de intercambio de deudas y de valores de comercio que, durante siglos, funcionó en uno de los puentes que cruzan el Sena a la altura de París; otras experiencias más cercanas fueron las bolsas de intercambio de Brujas (1409) y Amberes (1460). Pero para rastrear el origen de las bolsas de valores hay que irse hasta esa fecha de inicios del siglo XVII y entender un contexto de expansión creciente del mercado internacional tras la incorporación de las nuevas tierras americanas a las líneas comerciales de las empresas europeas. El germen de aquel mercado primitivo fue la enorme expansión de la Compañía Unida de las Indias Orientales. En aquel primitivo parquet se intercambiaban acciones de las diferentes empresas asociadas al comercio de ultramar y se negociaban los valores de los diversos productos que llegaban a Holanda.
“Durante los siglos XVIII y XIX se cimentó el mapa de bolsas de la actualidad”
Fueron años de una gran expansión económica para el pequeño país; se comerciaba con oro, especias, diferentes materias primas, perlas, esclavos… El valor de los títulos crecía de manera sostenible y, al socaire de este mercado, se empezaban a producir las primeras grandes acumulaciones de capital que desembocarían, dos siglos después, en la Revolución Industrial. Se comerciaba con mercancías exóticas como los bulbos de tulipanes, que llegaron al país desde Turquía a mediados del siglo anterior y que se convirtieron en uno de los principales símbolos de estatus y riqueza en el país. No es de extrañar que el mercado de estas flores moviera una gran cantidad de dinero; dicen que los inversores de la época que apostaban por este producto lograban beneficios superiores al 500% en pocas semanas. Esto provocó una fiebre de compra de títulos con base al valor futuro de los bulbos que empujó el precio hacia arriba creando una auténtica burbuja. Pero el 3 de febrero de 1637 se interrumpió de manera brusca la compra de valores y el precio cayó en picado; fue la primera crisis financiera de la era moderna. Sencillamente, la gente dejó de comprar bulbos.
La experiencia del mercado de valores holandés precipitó la creación de organismos más o menos similares en Alemania, Inglaterra, Francia y las colonias norteamericanas. Y también fueron protagonistas de algunos episodios de expansión súbita y estrepitosas crisis: como la de la Compañía de los Mares del Sur, en Inglaterra. La apertura parcial del comercio inglés a las colonias españolas tras la Guerra de Sucesión creó grandes expectativas que la propia compañía se encargó de agrandar con rumores y datos sesgados del volumen de los beneficios Las acciones, que en enero de 1720 cotizaban a 128 libras, se dispararon a más de 1.000 en agosto. La burbuja estalló cuando, ante la previsión de más beneficios, se produjo una ola vendedora que hizo caer los precios de manera estrepitosa. Unos años después, la Compañía del Mississippi de París vivió un caso similar.
“La historia demuestra que la economía siempre termina repuntando y creciendo”
Pese a las burbujas, los rumores, las alzas y las bajas, el sistema bursátil europeo siguió desarrollándose y, durante los siglos XVIII y XIX se cimentó el mapa de bolsas de la actualidad. La Bolsa de París empezó a funcionar en 1724; la Bolsa de Londres se fundó en 1801 y la de Madrid empezó a funcionar en 1808, aunque ya había ‘lonjas de contratación’ desde 1246 (la primera se creó en Palma de Mallorca). Desde entonces, las bolsas han sido el escenario del intercambio de acciones y, por lo tanto, el lugar donde se han hecho efectivas las inversiones de millones de emprendedores desde finales de la Edad Media. La historia demuestra que la economía siempre termina repuntando y creciendo al ritmo que imponen el progreso y las nuevas tecnologías, aunque ha habido crisis, burbujas, estallidos, momentos de pánico y hundimientos, guerras, rumores, estados de ánimo, manipulación interesada. El mercado no es perfecto: tiene sus riesgos. Y por ello hay que contar con estrategias que los minimicen al máximo: como crear una cartera de acciones lo suficientemente diversificada. Esa es la clave del éxito.