Economía conductual

Hace dos décadas, al calor de la euforia mundial de las puntocom, debutaba la primera compañía de internet en la Bolsa española, Terra. En tres meses, el precio de las acciones se multiplicó por 14. Empujados por el efecto manada y por la falta de autocontrol, muchos pequeños ahorradores también quisieron apuntarse al rally comprando acciones de Terra cuando ya resultaban caras. La burbuja explotó y el pánico se apoderó de los inversores. La aversión a la pérdida y la tendencia a temer más una pérdida que una potencial ganancia llevaron a muchos a no vender por no querer aceptar los números rojos. Comportamientos como estos se estudian en la economía conductual, que analiza las trampas que nuestra mente nos tiende en cuestiones relacionadas con el dinero y que hacen que tomemos decisiones erróneas.

Esas trampas se producen por las dos formas de pensar que tenemos, tal como lo explica el premio Nobel de Economía en 2002, el psicólogo Daniel Kahneman, en su ensayo Pensar rápido, pensar despacio. En él señala que, a la hora de tomar decisiones, los humanos, entendidos en este caso como aquellos que no son duchos en economía, hacen suya la ley del mínimo esfuerzo y prefieren coger el camino más corto utilizando atajos mentales (heurística). Esto provoca que sean vulnerables a elementos externos (sesgos cognitivos) que alteran el procesamiento de la información y distorsionan la realidad.

Para que nos entendamos: no pensamos bien las cosas y, encima, nos nublan la mente circunstancias que no valoramos en su justa medida. “Las personas, extremadamente atareadas, intentan salir adelante en un mundo complejo en el que no pueden permitirse pensar mucho sobre cada decisión que tiene que tomar y adoptan reglas básicas razonables que a veces las desorientan”, añade otro premio Nobel de Economía (2017), Richard Thaler, en su obra Un pequeño empujón.

Para comprenderlo bien, hay que saber cómo funciona nuestro cerebro a la hora de pensar para asimilar cómo nos impactan esos atajos y trampas. Existen dos modos de pensar:

Sistema 1

Es el intuitivo, automático y rápido, que usa la experiencia, lo familiar y el recuerdo a la hora de decidir. Es decir, utiliza el camino más fácil, los atajos o la heurística que mencionábamos. Ciertamente, esos trucos no son del todo malos a la hora de hallar una respuesta rápida. De hecho, muchas veces confiamos en nuestro instinto y acertamos. Pero eso no siempre ocurre por las trampas (sesgos). Advertencia: el estado de ánimo influye. Si estamos tristes, seremos menos intuitivos, y viceversa.

Sistema 2

Es el reflexivo, el que razona y piensa despacio. Se activa cuando dudamos. Sin embargo, entre que los humanos siempre tropezamos con la misma piedra, que somos perezosos por naturaleza, según Kahneman, y que siempre estamos ocupados y no prestamos atención, como apunta Thaler, al final terminamos simplificándolo todo y, nuevamente, nos equivocamos. A diferencia del anterior sistema, en esta fase el buen humor es negativo, ya que nos relaja y hace que bajemos la guardia, por lo que estaremos más expuestos al error. Esto nos indica que podemos entrenarnos y ser conscientes de que, si hoy no es nuestro día, será mejor que no tomemos decisiones importantes.

Ahora que ya sabemos cómo funciona nuestro cerebro, veamos de qué manera impactan esos atajos y trampas sobre nuestra forma de pensar:

Anclaje

A veces nos quedamos con la primera información que nos llega. Por ejemplo, el precio de un coche. Las cifras ayudan a hacer estimaciones, pero los sesgos hacen que no las interpretemos bien y no seamos capaces de ajustar adecuadamente el dato.

Disponibilidad

Al evaluar un tema, buscamos un recuerdo o un ejemplo disponible en nuestro cerebro. Aquí, las últimas noticias tienen mucho que decir, porque hacen que tengamos más presentes algunos hechos e influyen en nuestras decisiones a partir de la información más reciente.

Representatividad

 Existe una tendencia errónea a asignar más probabilidad a eventos representativos en nuestra mente, los cuales están distorsionados por estereotipos y prejuicios y por el efecto halo que surge al calor de alguien que consideramos, por ejemplo, un gurú de la Bolsa.

Conclusión: “Las heurísticas son una consecuencia de la escopeta mental, del control impreciso que tenemos sobre la puntería de nuestras respuestas a preguntas”, dice Kahneman, como comprobaremos si en este punto retrocedemos al primer párrafo de ese post y lo releemos.

Ahora podemos entender que las heurísticas simplifican tareas complejas. Infravaloramos la probabilidad de que las acciones estén a punto de tocar techo o que sigan en caída libre, o anclamos la acción en un precio objetivo que nos paraliza. Ello es así por la “racionalidad limitada” de los humanos en cuestiones relacionadas con el dinero.

Esta falta de educación financiera del pequeño ahorrador es el mejor caldo de cultivo para que los sesgos o trampas surtan efecto, como lo son la falta de autocontrol a la hora de tomar decisiones meditadas; el efecto manada, que nos hace emular a la mayoría y dejarnos influir por preferencias sociales; la aversión a las pérdidas, por la que duelen más estas que las potenciales ganancias; el error del historiador, que es la tendencia a valorar las decisiones según su resultado, como lo sería el hecho de que, al lucrarse mucha gente comprando acciones de Terra yo también puedo; o el exceso de confianza, que incluso pasa factura a los inversores más experimentados. “Los que saben más predicen ligeramente mejor que los que saben menos. Pero los que saben más son a menudo menos de fiar. La razón es que la persona que adquiere más conocimientos desarrolla una ilusión de su aptitud algo mejorada, lo cual hace que tenga un exceso de confianza poco realista”, apunta Kahneman, y esto es, en definitiva, el origen de las burbujas.

Moraleja: si no controlamos un tema, mejor ponerse en manos de profesionales que sepan aconsejarnos en momentos donde las emociones, los atajos y las trampas juegan malas pasadas. “Aunque los humanos no sean irracionales, a menudo necesitan ayuda para hacer juicios más acertados y tomar mejores decisiones”, concluye el premio Nobel en su obra. Eso sí, una ayuda, dice, que deje a las personas libertad de elección, lo contrario sería controvertido. En este sentido, los Family Bankers de Banco Mediolanum acompañan a sus clientes durante toda su etapa inversora para ayudarles a seleccionar los objetivos y soluciones más adecuados según su perfil de riesgo y el horizonte temporal de sus inversiones.

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