Cuentas y depósitos. La diferencia va mucho más allá de la rentabilidad que ofrecen, aunque sea un punto fundamental a la hora de escoger entre uno u otro producto financiero, en función de objetivos del ahorrador a corto plazo. Los dos parten de un mismo concepto. Son herramientas que las entidades bancarias ponen a disposición de las familias para gestionar su dinero o su ahorro a corto plazo. Pero ofrecen diferencias, más que notables, que deben tenerse en cuenta antes de tomar cualquier decisión.
Los depósitos a plazo son un instrumento por el cual el cliente “deposita” su ahorro durante un tiempo establecido (un mes, seis meses, un año,…) en la entidad a cambio de percibir un interés determinado por parte de la entidad, y no dispone de servicios adicionales. En cambio, la cuenta corriente es un instrumento por el cual el cliente “deposita” su dinero en la entidad pero sin el compromiso de tenerlo durante un tiempo determinado, y con el que además puede disponer de una serie de servicios adicionales.
Así, podríamos decir que la diferencia más llamativa radica en el interés ofertado, en los servicios asociados y en el tiempo en el que los ahorros están, valga la redundancia, depositados en la entidad bancaria. La ventaja de la cuenta es que el ahorrador puede disponer de su dinero en cualquier momento y dispone de una serie de servicios para la gestión del día a día de su dinero; la del depósito es que el rendimiento de los ahorros es mayor. Las desventajas son inversas a las bondades de cada uno de los productos. Mientras la cuenta ofrece rentabilidades más bajas, el principal problema del depósito es que hay que esperar el vencimiento del plazo para retirar los ahorros. En este caso, a mayor plazo mayor rentabilidad.
Hay que señalar que los depósitos a plazo ofrecen la posibilidad de retirar los ahorros a cambio de una cuantía o comisión que, según indica el Banco de España, no debe ser, en ningún caso, superior a los intereses brutos generados desde el momento en el que se contrató ese depósito. Es lo que, según el argot bancario se llama disponibilidad de liquidez. Esas condiciones deben estar presentes en el contrato que se suscribe con la entidad bancaria.
La rentabilidad de los depósitos también puede variar. Algunos ofrecen rentabilidades fijas o sujetas a los tipos de interés. Otros depósitos, denominados estructurados, sin embargo, están vinculados a la evolución de índices bursátiles, paquetes de acciones o acontecimientos futuros, lo que los convierte en productos muchos más sofisticados. En todo caso, es fundamental, atender siempre a todas y cada una de las cláusulas y condiciones del depósito antes de contratarlo para evitar sorpresas. Como decíamos, todos los pormenores del depósito deben estar claros en el contrato.
También hay diferentes tipos de cuentas. Las cuentas corrientes suelen tener una rentabilidad muy baja o, sencillamente, no tenerla y sirven para gestionar el día a día de las familias. También reciben el nombre de ‘servicio de caja’ y posibilitan, entre otras cosas, domiciliar recibos, vincular tarjetas de débito o de crédito, disponer de un talonario de cheques, gestionar cobros o, cubrir pequeños descubiertos si los hubiere. Por el contrario, las llamadas cuentas de ahorro sí cuentan con índices de rentabilidad más elevados, aunque generalmente más bajos que los depósitos. El objetivo de estas cuentas es el ahorro a corto plazo aunque con tasas inferiores al depósito, como se explicó anteriormente. En algunas entidades, como en Banco Mediolanum, las mejores características de las cuentas corrientes, cuentas de ahorro y se depósitos se unen en una única cuenta para facilitar la gestión de su dinero al cliente.
Fuente de la imagen: Finanzalis