Mirar la paridad de poder adquisitivo es casi el primer mandamiento de quienes quieren o se ven obligados a trabajar en el extranjero. Se trata de un instrumento que les permite comparar si su país de origen es más caro o más barato que el de destino antes de hacer las maletas. Si les favorece la diferencia, asumen que van a vivir algo mejor cobrando lo mismo; si les perjudica y los envía allí una empresa, entonces pedirán algo más de dinero para que les compense marcharse.
Los economistas lo ven como la Wikipedia: creen que es una herramienta excelente para orientarse, en este caso sobre el coste de la vida, pero no la recomendarían nunca como fuente científica, porque tiene un montón de lagunas de las que hablaremos en un momento. Esas lagunas —y sus consecuencias para nuestros bolsillos— solo afloran cuando vemos exactamente en qué consiste la paridad de poder adquisitivo, cuando exploramos sus tripas.
¿Qué es la paridad de poder adquisitivo?
La paridad de poder adquisitivo asume que existe una relación directa entre los tipos de cambio de una moneda y los precios de un grupo de productos que suele coincidir con la cesta de la compra. Por eso, dice la teoría, para comparar el coste de vida de dos países, basta con pasar el precio de sus cestas de productos a la misma moneda. Pongamos un ejemplo. Si nuestro jefe quiere enviarnos a Londres y deseamos saber si esta ciudad es más cara que Buenos Aires, podemos convertir las dos cestas en dólares y compararlas (pista: ir a la compra en la capital argentina es alrededor de un 28% más barato). De este modo, podremos decidir si nos conviene negociar un aumento antes de aceptar el traslado.
Sin embargo, como decíamos, la paridad de poder adquisitivo sirve para orientarse y no hay que tomarla más que como una medida de andar por casa por varios motivos.
¿Por qué no es 100% fiable?
- Se da por segura una relación directa entre los tipos de cambio y los precios, aunque nunca lo es. Los precios se ven influidos no solo por la divisa, sino también por muchos otros factores como los aranceles, los subsidios o la falta de competencia. A la moneda le pasa lo mismo, porque su valor lo define, sobre todo, los tipos de interés y la demanda que exista para ella en el mercado o, si no cotiza libremente, los deseos del banco central.
- La cesta de la compra, que suele utilizarse en todo el mundo para medir la inflación, no siempre es la misma en cada país. Tampoco son equivalentes los hábitos de consumo. Como el peso estadístico de cada producto cambia, podemos encontrarnos con que estamos comparando cestas que no son iguales. Además, es posible que hayamos dado por hecho que vamos a comprar y consumir las mismas cosas en Tokio que en Barcelona cuando, por ejemplo, la dieta no tiene nada que ver.
¿En qué falla?
La teoría asume que la cesta de la compra debería tender a costar lo mismo en todas partes gracias al comercio internacional. El motivo es que si las empresas ven que las naranjas se venden más caras en Estados Unidos que en Brasil, irán al primer país en tropel para ofrecer sus servicios y, a largo plazo, las naranjas valdrán más o menos igual en los dos sitios.
El primer tema espinoso que surge de esa idea es que los trabajadores no utilizan la paridad de poder adquisitivo para hacer comparaciones a largo plazo, sino para saber qué pasará si tienen que marcharse el año que viene a vivir, por ejemplo, a Brasil.
La segunda complicación es que los economistas han demostrado que es más barato producir en los países pobres que en los ricos, lo que significa que técnicamente una naranja no valdrá lo mismo hasta que ambos lugares tengan unos niveles parecidos de renta. Además, dependiendo del Estado del que hablemos es posible que, como ocurre en muchos países emergentes, el precio de sus frutas y verduras —o el del combustible que contribuye a producirlas— esté fuertemente subvencionado.
“Paridad de poder adquisitivo: herramienta excelente para orientarse sobre el coste de la vida pero no es una fuente científica”
Por si fuera poco, la cesta de la compra solo representa a los bienes que se importan y se exportan fácilmente y deja fuera muchísimos otros bienes y servicios que son importantes para un expatriado. Hablamos, por ejemplo, del precio de una guardería o un colegio, del alquiler de un coche o una vivienda, de un seguro sanitario privado o de un simple, humilde y necesario corte de pelo. Esta tercera gran complicación tiene otra derivada.
Muchos expatriados cometen el error de confundir el precio de la cesta de la compra con el nivel o la calidad de la vida, algo que nunca deberían hacer cuando las costumbres y el grado de desarrollo de dos países no son similares. Los precios de las naranjas o los detergentes no dicen nada sobre cuestiones tan importantes como, por ejemplo, los servicios públicos esenciales con los que nos vamos a encontrar (desde el transporte público hasta los hospitales), la contaminación (los expatriados en Pekín prefieren que sus hijos no los acompañen, porque contraen con frecuencia enfermedades respiratorias) o unos niveles de inseguridad que en algunos países emergentes pueden llevarlos a vivir una existencia excepcionalmente incómoda y hasta peligrosa para ellos y sus familias.
Como vemos, la paridad de poder adquisitivo puede ayudarnos a hacernos una idea de lo que cuesta la vida en dos lugares distintos, pero es importante que recordemos que solo se trata de eso: una buena idea.