Desde el cambio de gobierno en Grecia se han repetido mucho palabras como “quita”, “intereses”, “plazos” o “condiciones” para devolver el dinero prestado.
Adquirir una deuda con alguien puede llegar a ser algo espinoso, pues no siempre acaba bien: el que presta se juega la devolución, y el que toma prestado vive con la losa de devolver la deuda. Las opciones que se barajan suelen ser la confianza en una devolución rápida y completa o la experiencia negativa de perder lo prestado e incluso a la persona a la que se le ha prestado.
Pero, tanto para individuos como países, existe una tercera vía. Eso es lo que parece, por lo menos, desde que el nuevo gobierno griego habla de “reestructurar” la deuda que tiene con la Unión Europea. Un concepto que podría sonar extraño o lejano para los legos en economía y que, sin embargo, existe en el vocabulario sectorial desde sus inicios. Si buscamos su significado, podemos ver cómo afloran miles de referencias que se resumirían en una definición más o menos como esta: “Proceso mediante el cual se modifican los términos de un compromiso financiero, usualmente el plazo y la tasa de interés”.
“El que presta se juega la devolución y el que toma prestado vive con la losa de devolver la deuda”
Esto es: los préstamos tienen unas reglas, pero son permeables a negociarse y renegociarse —como casi todo en la vida; vaya, menos la muerte, que diría aquel—.“En algunos casos, las entidades financieras prefieren reestructurar la deuda de un acreedor antes que aceptar una situación de morosidad de pagos y luego tener que rematar las propiedades que figuraban como garantía”, afirma la página web zonaeconómica.com.
Para llegar a este punto entran en acción varios factores. Por un lado, los dos más importantes: el acreedor de la deuda y el proveedor, sean personas, empresas o naciones. Por otro, las condiciones, los plazos y los intereses. A la hora de reestructurar las cosas, hay que ponerse de acuerdo, saber ver las dificultades por las que atraviesa el acreedor y tratar de llegar a una solución favorable para ambas partes. Para el que ha contraído la deuda, lo mejor es no seguir añadiendo cargas. Para el que la ha expedido, asumir nuevas realidades antes del impago. Y tener siempre las cosas lo más claras posibles.
“Si te debo cien libras, tengo un problema; pero si te debo un millón, el problema es tuyo”
¿Desde cuándo pasa todo esto y por qué no lo hemos oído casi hasta ahora? La reestructuración de la deuda existe desde el mismo origen de esta. Países, amigos y familias han utilizado este mecanismo. El ejemplo de Grecia es solo uno más, y no es ni más ni menos especial que otros, solo que ahora oímos hablar más de él. Gracias a él nos sorprende escuchar palabras como “quita”, “intereses” o “plazos” en ambientes insospechados, pero en realidad se resume en la afirmación que realizó a principios del siglo xx el economista británico John Maynard Keynes: “Si te debo cien libras, tengo un problema; pero si te debo un millón, el problema es tuyo”. Es entonces cuando no queda más remedio que encontrar el mencionado término medio y pensar que, casi del mismo modo que la energía y tantas otras cosas, la deuda ni se crea ni se destruye, solo se reestructura.