es la economía estúpidoSeguro que te suena esta frase. Probablemente la hayas leído u oído en muchas ocasiones. Incluso se ha modificado y se usa como coletilla en reflexiones de toda índole. Desde luego, tiene gancho. Quizá resulta brusca, pero es tan atinada que fue sencillamente letal y forma parte de la historia de la política. Porque la economía, en efecto, lo queramos o no, es esencial en nuestro día a día. Casi tanto como el amor, la autoestima, alimentarnos bien, reír con los amigos, cantar un gol o capturar Pokémons por las calles.

La historia detrás de la expresión

Pero ¿de dónde viene esta expresión tan potente como irrefutable? Precaución, que llega un spoilerEsta afirmación antológica valió para ganar unas elecciones a la presidencia de los Estados Unidos. Ni siquiera en la afamada serie House of Cards lo habrían pensado mejor. “¡La economía, estúpido!” fue un eslogan creado por James Carville, asesor de Bill Clinton, en los comicios de 1992. Luego, con el paso del tiempo, se ha popularizado como “¡Es la economía, estúpido!”. Un toque rotundo, efectista y rompedor. Así resultó en aquel momento.

“Saber de economía hace fuertes a los ciudadanos”

A principios de la década de los noventa, la Guerra Fría, ese teléfono rojo con vuelo a Moscú, echó definitivamente el cierre. Se acabó. George Bush (el padre) había cosechado una relevancia considerable en el ámbito internacional gracias a la victoria en la Guerra del Golfo, de modo que los ideólogos del entonces gobernador de Arkansas —un tal Bill Clinton— decidieron que la pugna por el trono de la mayor potencia del mundo exigía una campaña mordiente, con el acento puesto en temas tan prosaicos como el bolsillo de los norteamericanos, que andaba bastante mermado por la inestabilidad financiera que generó el derrumbe del bloque soviético. Bush había tomado medidas como la privatización de empresas públicas o un duro ajuste fiscal. Aun así, todos los sondeos le daban una ventaja elevadísima, casi imbatible, lo que hizo que el estratega de Clinton afilara el ingenio. En un cartel destacó tres mensajes claves:

—Cambio frente a más de lo mismo.

—La economía, estúpido.

—No olvidar el sistema de salud.

Este ideario, a priori un recordatorio particular y de carácter interno de los puntos que definían la campaña de Clinton en el año 92, supuso un revulsivo que ha marcado época. Un arrollador —y sorprendente— acierto de los responsables de comunicación que consiguió convertir a Bill Clinton, nada más y nada menos, en el 42.º presidente de Estados Unidos. James Carville es el artífice, con sencillez y talento, de haber captado las verdaderas preocupaciones de la gente. Gente a la que la triunfadora partida en el tablero del Risk internacional de Bush le influía menos que la recesión que acusaba el país. De hecho, cuatro años después, Clinton fue reelegido a pesar del escándalo con la becaria Mónica Lewinsky en el Despacho Oval. Parece que sí, que finalmente reinaba eso de “¡Es la economía, estúpido!”. Siempre suele ser la economía.

La economía lo condiciona todo

No en vano en los diversos medios —televisiones, periódicos y radios— proliferan los analistas y expertos en las cifras, las previsiones mercantiles y los valores económicos. Al final, uno mira su cuenta corriente más de lo que cree. Y todos procuramos conocer qué será de los sueldos, el IPC, el IRPF, el IVA y todos esos datos que nos rodean. Amparo García, corresponsal de Televisión Española en la Bolsa, sostiene que “saber de economía hace fuertes a los ciudadanos. La crisis económica ha demostrado que se necesita más cultura financiera. Hay que tener ciertos conocimientos para evitar engaños y es importante formar a los ciudadanos en este aspecto”. La periodista subraya que “la economía es parte directa de nuestro día a día: cómo contratar una hipoteca, los precios de la compra, la declaración de la renta, etcétera. Por eso es capital saber de economía. Porque la tenemos alrededor, aunque parezca algo lejano o que no va con nosotros”. Y concluye: “La educación financiera es fundamental”. 

“Está claro; nuestra vida, de una u otra manera, depende de la economía”

Durante sus años de experiencia, Amparo García ha retransmitido jornadas bursátiles trascendentales. “Las sesiones de Bolsa son frenéticas porque toda la economía pasa por los mercados y parte de ellos. Cuando los mercados se mueven bruscamente nos están indicando qué va bien y qué no en la economía. Son los primeros en dar la voz de alarma”, apunta, recordando el frenesí de un hito como el Brexit, con la aprobación de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. “Ese día, solo en preapertura, los mercados anticipaban un desplome del 15%. Los valores arrancaron la jornada sin poder cotizar de la cantidad de órdenes de venta acumuladas. Y el Ibex terminó la sesión con la mayor caída de su historia, un 12,3%. Más que en el 2008 con la crisis de Lehman Brothers. Vivir ese ritmo de caídas es algo histórico”, concluye.

Está claro; nuestra vida, de una u otra manera, depende de la economía. La de los grandes números y la que todos sentimos de cerca, en la tienda de la esquina, en el supermercado, en el surtidor de gasolina o en la nómina. Por supuesto, aquel célebre asesor de Clinton lo sabía en la década de los noventa. Lo que tal vez nunca intuyó es que su advertencia resultase tan llamativa como exitosa. Estupidez o no mediante.

 

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